Esta supuesta paradoja fue observada y documentada por primera vez en la antigüedad por Aristóteles, quien en una estancia en Turquía observó como los habitantes de un pueblo rociaban las estacas de sus empalizadas con agua muy caliente para de esta manera asegurarlas, porque se congelaban con mucha más rapidez.
Este fenómeno conocido, como efecto MPEMBA, nombre dado en honor al joven tanzano que lo descubrió mientras hacía unos helados en 1969. Esto llamó poderosamente su atención y publicó sus curiosas observaciones, popularizándose rápidamente el término hasta nuestros días.
Este efecto tiene que ver con el superenfriamiento: a veces el agua no solidifica a 0ºC y se mantiene líquida incluso a –20ºC. En estas extrañas condiciones, cuando se produce la congelación se verifica a una velocidad mucho mayor que la normal.
El agua caliente es más proclive a superenfriarse por un curioso motivo: cuanto más caliente está, menos burbujas de gas contiene. ¿Y qué tiene que ver esto con la congelación? Pues que las burbujas actúan como «agarraderos» para que las moléculas de agua empiecen a orientarse y formar la estructura cristalina del hielo. Cuantos menos «agarraderos» tenga el agua, más fácil es que se mantenga líquida por debajo del punto de congelación.